lunes, 20 de abril de 2020

Historia de los vampiros. Capítulo 1


HISTORIA Y EVOLUCIÓN DEL MITO DEL VAMPIRO EN LAS ARTES
Capítulo 1
El fenómeno vampyr es de origen húngaro, que deriva a su vez del polaco “Oupyr”. Tras algunas referencias del Medievo, será a raíz del siglo XVII cuando los relatos sobre esta figura comiencen a multiplicarse. La opinión pública europea del siglo XVIII la ubicará en tierras húngaras.


En 1706 se escribiría el primer libro sobre vampiros que fue ampliamente leído “De magia póstuma”, de Karl Ferdinand Scherz.,el cual describía casos acaecidos en la frontera entre Hungría y Moravia, donde se cuenta que un campesino dijo haber sido atacado por un vampiro, curándose a sí mismo y matando a la criatura después en su tumba, cortándolo la cabeza y comiendo la tierra mezclada con su sangre. Pocos años después, este campesino sufre un accidente y muere. Se le entierra en el cementerio local pero los habitantes del lugar dicen haberlo visto días después y haber sido infectados por él. Diez días después los habitantes de la aldea se deciden a abrir la tumba del campesino y observan horrorizados como su cuerpo aún se conserva intacto, con ojos, orejas y nariz frescos y sus uñas habían sido reemplazadas por otras nuevas.  Concluyeron que este era pues un vampiro, le clavan una estaca en el corazón y queman su cuerpo.

HISTORIA Y EVOLUCIÓN DEL MITO DEL VAMPIRO EN LAS ARTES
Capítulo 1
El fenómeno vampyr es de origen húngaro, que deriva a su vez del polaco “Oupyr”. Tras algunas referencias del Medievo, será a raíz del siglo XVII cuando los relatos sobre esta figura comiencen a multiplicarse. La opinión pública europea del siglo XVIII la ubicará en tierras húngaras.

 En 1706 se escribiría el primer libro sobre vampiros que fue ampliamente leído “De magia póstuma”, de Karl Ferdinand Scherz.,
 el cual describía casos acaecidos en la frontera entre Hungría y Moravia, donde se cuenta que un campesino dijo haber sido atacado por un vampiro, curándose a sí mismo y matando a la criatura después en su tumba, cortándolo la cabeza y comiendo la tierra mezclada con su sangre. Pocos años después, este campesino sufre un accidente y muere. Se le entierra en el cementerio local pero los habitantes del lugar dicen haberlo visto días después y haber sido infectados por él. Diez días después los habitantes de la aldea se deciden a abrir la tumba del campesino y observan horrorizados como su cuerpo aún se conserva intacto, con ojos, orejas y nariz frescos y sus uñas habían sido reemplazadas por otras nuevas.  Concluyeron que este era pues un vampiro, le clavan una estaca en el corazón y queman su cuerpo.

Los brotes se repetirían años más tarde, con lo que se realizó una investigación por parte de la medicina publicándose “Visum et repertum” (1732), circulando por Europa y popularizando el vocablo vampiro, el cual ni se empleaba con normalidad hasta entonces.
Las historias hasta de la época tenían unos rasgos comunes. Se nos describen muertos fallecidos en circunstancias extrañas; suicidados, no bautizados o excomulgados que vuelven en forma humana o animal, causando problemas e infectando a hombres o animales hasta que sus cuerpos son exhumados, siendo decapitados y con el corazón extraído y quemado.
Todo ello tiene lugar en una Europa donde la caza de brujas declinaba y los relatos de la Europa del Este suscitaban interés y nuevos caminos a los racionamientos científicos.
Pero la Iglesia, también se inmiscuiría en este tema y creó una orden teresiana promulgada en un edicto donde se prohibían las ejecuciones tradicionales de los supuestos vampiros por considerarlas prácticas supersticiosas e irracionales. 
(Creo que la Iglesia no recordaba entonces sus prácticas inquisitoriales…). Aseguraban que estas historias formaban parte de la imaginación, (como si no lo hubieran sido antes sus prácticas de caza de brujas).


El vampirismo se fue formulando como fenómeno literario y de cultura de masas en el S. XVIII. Todo tipo de creencias irracionales surgían al margen de las creencias eclesiásticas cristianas, cercanas al laicismo y al ateísmo, negándose a aceptar la forma de cualquier religión.
Mientras que la figura de la bruja se fue quedando en el imaginario del antiguo régimen, el vampiro va ocupando el lugar que ésta deja como la figuración del mal. Al contrario que la bruja, el vampiro no se preocupa por los medios religiosos, por lo que poco a poco se va transformando en ejemplo de obras de 
ópera, teatro, literatura, poesía y arte.
Rosseau y Voltaire se interesan por el fenómeno vampírico en un momento en el que se abandonan las concepciones antiguas y éstas eran puestas en cuestión mientras crecía el interés por la disección y la investigación anatómica.

El interés de Voltaire por los vampiros viene del hecho de haber sido en su tiempo una plaga pública que en el momento en el que redacta su artículo, ya empieza a decaer.
Calmet en 1751, atribuye el interés por los vampiros de su época a la curiosidad que suscitaba la resurrección de los muertos. Según Voltaire, ya los griegos creen que personas como los excomulgados una vez muertos vuelven para las casas a chupar la sangre de los niños y comer la comida de sus padres, beberse su vino y romper todos sus muebles. No se les podía vencer entonces más que quemándolos cuando se les atrapaba y su corazón siendo extirpado y quemado aparte.

El vampiro representa la inquietud que nace de una ruptura con el orden, del orden cósmico en ciertos momentos, como el ejemplo del terremoto que destruyó Lisboa en el año 1755, también tratado por Voltaire, donde no encuentra una explicación racional que de satisfacción ni a filósofos ni al resto de la población europea de por entonces.
El vampirismo era por tanto una expresión de desencanto de aquél mundo maravilloso que traía consigo la modernidad triunfante, enfrentada con la espiritualidad de corte premoderno que se negaba a morir.
Los vampiros se pondrían definitivamente de moda en París en la primera mitad del siglo XIX. Se prodigan allí las primeras obras de teatro y óperas del nuevo siglo.

 En 1820 se representa una pieza teatral titulada Vampire y poco después una parodia llamada “Cadet bouteaux ou le vampire”, configurándose este año como clave en la literatura vampírica.
Este auge nos indica que el vampiro arrancado de la superstición popular por la escritura, parecía haber dado lugar a otro género literario. Por esta presencia teatral y literaria durante todo el siglo XIX, el tema fue tan parisino y londinense como de Transilvania.
El romanticismo, se asocia a la personalidad definitiva del vampiro, que persiste aún hoy en día y que tiene a Lord Byron como su fundador más notable. En esta ola del Romanticismo, los escritores Alejandro Dumas o Charles Baudelaire retratan con mayor o menor fortuna la figura del vampiro.


 Esta consagración literal está directamente asociada a la enfermedad de los tiempos. La melancolía, firmemente anexionada a la vida urbana. Esta enfermedad cultural, asociada a la democracia moderna, es el alma de la que se nutre el vampiro que además viene sustituyendo en el ámbito de lo irracional a la brujería antigua, igual que la religión está siendo sustituida por el ocultismo del cual hablaremos en vídeos más adelante.
Dumas retrata en La Dama Pale, un ambiente sombrío, con paisajes que invitan a la depresión como telón de fondo del vampirismo. El paisaje estereotípico donde hay que situar al vampiro, en un ambiente marcado por las brumas y las escarpadas montañas.
El vampirismo exigía una interpretación psicoanalítica, vinculada a  los instintos sexuales y las patologías asociadas a ellos, como bien documentó Sigmund Freud.


¿Pero cómo se dio el paso del mito vampiro /vampiresa, al modelo de la vamp de los primeros años cinematográficos?
Existen patrones comunes entre vampiros y vampiras de ambos sexos, sin distinción de géneros. Estos son su persistencia del mito y su raíz romántica byroniana.


En segundo lugar, los vampiros modernos están afectados por la enfermedad de ese tiempo ya nombrada;  la melancolía y por el hecho de su incapacidad de amar o ser amados.
Romanticismo y Melancolía son dos constantes.
Se suma además la idea de la buena o mala muerte. Para alguien que tuviera una mala muerte, era necesario que se le aplicaran unos ritos, según las creencias populares de la Europa central. El periodo inmediatamente posterior a la muerte, es fundamental para ahuyentar mediante rituales la posibilidad de que el alma quede vagando. Se basaban pues en la idea en la que la mayoría de las culturas pensaba que el alma permanecía cerca del cuerpo un cierto número de días.
Algunos autores que pusieron de actualidad a la vampiresa fueron: Sheridan le Fanu con Carmilla, Bran Stoker con el personaje de Lucy en Dracula y Theóphile Gautier con Clarimonde.



Mujeres que con sus encantos sexuales, atraían irresistiblemente a los hombres. Frías, calculadoras, malditas, ejercen su dominio sobre el mundo masculino: dominio y sangre.
 La vinculación de la mujer con la sangre se fue haciendo cada vez más estrecha, uniéndose a las nuevas teorías de la medicina donde los médicos de este fin de siglo, desarrollaron una teoría referente a la anemia, según la cual, las mujeres afectadas de este déficit sanguíneo debían beber la sangre de animales calientes sacrificados in situ. Esta escena fue representada en el cuadro de Joseph Ferninand Gueldry ; Las bebedoras de sangre, en el Salón de París en el año 1898.

Esta escena ejerció una fuerte fascinación psicológica que hizo que se le dedicaran diferentes publicaciones.
Otra obra literaria que aborda el tema de las bebedoras de sangre fue redactada por Rachilde, añadiéndole además la implicación y fascinación lunar. Considerada una Baudelaire femenina y en conexión con las vanguardias simbolistas de la época.
Es en esta época donde comienza ese mito también de la femme criminalle y la protituee. La mujer fatal en este momento, acaba por ser un ingrediente mayor de sofisticación cultural en una Europa encarnada por las vanguardias, donde se muestran los ejemplos de esta concepción de la mujer fatal, entre la atracción y el terror.

Edward Much con su pintura Vampire de 1895.
 El cuadro, realizado bajo la influencia de las relaciones que mantuvo el pintor con una mujer mayor que él, expresa el tormento que sufrió durante ese tiempo.

La nueva mujer late bajo esta idea de vampirismo femenino que enlaza con el concepto de vampiresa que tendría su pleno desarrollo en los años 10 y 20 del siglo XX, especialmente en París.
En otras obras de Much como La muerte de Marat, se observa esta influencia vampírica.

Tiempo después el pintor Gustav- Adolf  Mossaa nos deja también la imagen vampírica reflejada en sus cuadros modernistas.
La mujer fatal es la encarnación artística literaria del vampirismo femenino. Cientos de autores se verían bajo el influjo de este fenómeno.
El prerrafaelismo inglés, dio a las mujeres la ambigüedad angelical que escondía algo simbólico, como algo asociado al mundo desquiciado de la modernidad, una huida del mundo victoriano de la industrialización.
Gustav Moreau encontrará en Salomé su modelo de mujer fatal transhistórica mostrándola en sus pinturas como portadora de muerte o catástrofe.

La idea de mujer fatal no es solo literaria o artística; tiene concreción específica en las cortesanas de la época o bailarinas de la Belle Epoque de finales del siglo XIX y principios del XX.
Europa entera estaba pendiente de los caprichos de estas mujeres que sentaban las bases de la moda. Algo de lo que también os hablaré más ampliamente en otro vídeo próximo enfocándome en el estilo y la historia de este tipo de indumentaria. El predominio de la mujer fatal, enemiga de las amantísimas esposas de la normalidad burguesa, ejercía su influencia dominante.    
      Cuando Louise Feudillade realiza en 1915 su película Les Vampires, Europa se encontraba en plena Guerra Mundial. Los primeros films de vampiros responden a la crisis de la modernidad y a las monstruosidades que esta produce.

Con la aparición en esta época del cine sonoro, las mujeres fatales están mutando en vampiresas, cuya naturaleza succionadora se sangre masculina procede ya más de su humanidad que de su carácter. La vampiresa sustituye a la vampira y la convierte en algo más lógico y racional.
El vampiro permanece como un ser de pesadilla que fascina por igual y que encarna las angustias ante un mundo que no llegamos a comprender.
Poemas como The Vampire de Baudelaire o Lenore de finales del siglo XVIII.
Polidori, amigo de Lord Byron, escribe El Vampiro, siendo traducido éste al español cinco años después. 


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